Esto es algo que no me van a creer, pero mi madre lo vivió con apenas 8 añitos. Era una tarde como cualquier otra en el campo, y mi madre, a esa edad ayudaba a traer el agua del pozo, ya que en ese tiempo no tenían agua de la llave, era una de sus tareas diarias, ese día se dirigió al pozo cercano para traer agua.
El pozo estaba rodeado de árboles altos y espesos, cuya sombra refrescaba el área pero también le daba un aire de misterio, especialmente cuando el sol comenzaba a ponerse. Mientras llenaba su vasija, mi madre escuchó un extraño susurro en el viento, un murmullo que no podía descifrar. Levantó la vista y, para su asombro, vio una bola de fuego en el cielo.
La esfera ardiente descendía rápidamente, y antes de que pudiera reaccionar, cayó a unos ocho metros de ella con un estruendo sordo. El resplandor era cegador, pero lo que más la aterrorizó fue que la bola de fuego comenzó a rodar hacia ella, dejando un rastro de humo y chispas a su paso. La bola se detuvo justo frente a ella y, ante sus ojos atónitos, se transformó en un niño. Pero no era un niño común; su rostro era el de un anciano, arrugado y siniestro, con ojos que parecían ver a través de su alma.
El niño-anciano extendió los brazos hacia ella, como si quisiera abrazarla. En ese instante, el tiempo pareció detenerse. Mi madre sintió un frío glacial que la envolvía, sus extremidades se paralizaron y el miedo la dominó por completo. Fue entonces cuando todo se volvió negro y cayó desmayada.
Mi abuela, al ver que no regresaba después de un tiempo considerable, salió preocupada a buscarla. Al llegar al pozo, encontró a mi madre tirada en el suelo, con la vasija quebrada a su lado. Su rostro estaba pálido como la cera, y su cuerpo temblaba ligeramente. Desesperada, la levantó y la llevó de vuelta a casa. Durante tres días, mi madre permaneció en un estado febril, incapaz de hablar, sus ojos abiertos pero vacíos, como si su espíritu hubiera sido arrancado de su cuerpo.
Los médicos del pueblo no pudieron explicar su condición, y los rezos de la abuela no parecían surtir efecto. Fue entonces cuando un anciano del pueblo, conocido por sus conocimientos de lo sobrenatural, sugirió que mi madre había tenido un encuentro con un espíritu errante, un demonio que tomaba la forma de un niño para engañar a los incautos.
Realizó un ritual para purificar el área alrededor del pozo y proteger a mi madre. Finalmente, al cuarto día, mi madre despertó. Sus labios apenas podían formar palabras, pero con esfuerzo, relató lo sucedido. Su historia llenó de terror a todos en la casa. Desde entonces, el pozo fue evitado por todos en el pueblo, y la historia de la bola de fuego se convirtió en una advertencia para los niños: “Nunca vayas solo al pozo al atardecer.”
El encuentro dejó a mi madre con una cicatriz emocional profunda, y aunque con el tiempo recuperó su salud, nunca volvió a ser la misma. El misterio de lo que realmente ocurrió en ese pozo permanece, envuelto en sombras y susurros, una parte indeleble del folklore de nuestra familia.
Recuerda mantener los ojos abiertos y los oídos atentos, porque nunca sabes qué secretos podrías descubrir en la oscuridad. Te gustó esta historia? No olvides darle like, coméntanos tus experiencias y comparte nuestras historias!