Hace algunos años era estudiante de tercer año de Medicina y me tocaba la guardia nocturna junto con una amiga mía, esas guardias eran las más pesadas pero me gustaba mucho mi trabajo. Una noche me tocó la guardia junto con mi amiga de la escuela hicimos la historia clínica de ingreso de una señora de aproximadamente 60 años entró por que estaba ya muy malita del riñón, y su diagnóstico no se veía alentador, la atendimos lo mejor que pudimos y tratamos de que estuviera lo más cómoda posible.
Salimos por un café ya que nos tocaba un descanso y al regresar nos encontramos a la señora en la entrada de urgencias, se despidió de nosotras y nos dijo muchas gracias muchachas ya me voy con mi hijo nos dio la mano y le dijimos adiós, al darme la mano la sentí fría pero no le tomé importancia. En ese momento nos dimos el último adiós sin saberlo.
Pasamos por su cama y ya estaba tapada con una sábana nos dijeron que tenia unos 15 minutos que había fallecido, mi amiga y yo no lo podíamos creer. Este relato destaca la naturaleza impredecible y a veces conmovedora de la práctica médica.