El encuentro en el barranco: La leyenda de la mujer flotante.
Hay momentos en la vida que, aunque pasan en segundos, se quedan grabados para siempre. Así fue aquella noche en que un amigo me convenció de ir a pescar al río, un lugar conocido por atraer a muchos en busca de una buena captura nocturna. Según algunos colegas, el pescado estaba subiendo en abundancia durante la noche, y aunque me pareció extraño, acepté la invitación.
Armados con cañas, anzuelos y linternas, nos dirigimos hacia un punto al que llamábamos El Barranco, una zona que, pese a su nombre, siempre habíamos visto como un sitio tranquilo.Sin embargo, esa noche fue diferente.
Al llegar, la oscuridad era absoluta, tanto que las linternas apenas lograban perforar la negrura que se cernía sobre el río. El silencio era abrumador, roto solo por el crujido de nuestras pisadas sobre el terreno húmedo y las pequeñas ondas que el agua formaba en la distancia.
Mientras bajábamos la empinada cuesta, algo extraño captó nuestra atención: un bulto blanco que se movía lentamente hacia nosotros desde la orilla opuesta.En un principio pensé que tal vez era algún pescador más, pero cuando enfocamos nuestras linternas en su dirección, el pánico comenzó a instalarse.
Lo que vimos no era humano… al menos no del todo. Allí, a pocos metros de distancia, una mujer con un vestido blanco, que parecía brillar con la tenue luz de la luna, avanzaba sin tocar el suelo.
Su cabello negro caía sobre su rostro, y lo más perturbador: no tenía pies. No caminaba, simplemente flotaba, como una aparición sacada de las peores pesadillas.El miedo se apoderó de mí. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal mientras mi mente luchaba por entender lo que mis ojos veían. En ese instante, mi instinto de supervivencia tomó control. Sin pensarlo dos veces, giré sobre mis talones y corrí cuesta arriba, sin mirar atrás, sin detenerme.
El sonido de mi respiración entrecortada era lo único que escuchaba hasta que, de repente, me di cuenta de que estaba en la carretera. No recuerdo el trayecto, solo sé que llegué. El corazón me latía tan rápido que parecía que iba a salirse de mi pecho.
Solo con contarlo, puedo sentir cómo mi piel se eriza, reviviendo cada momento. Durante un segundo pensé que tal vez lo había imaginado, que la oscuridad y el cansancio me habían jugado una mala pasada. Pero cuando le pregunté a mi amigo si había visto lo mismo, su mirada pálida y asustada me confirmó lo peor.Esa noche no pescamos ni un solo pez, pero nos llevamos un recuerdo que jamás olvidaríamos.
Desde entonces, El Barranco dejó de ser un lugar al que quisiéramos regresar.