En los años 60, cuando apenas tenía 16 años, me encontraba trabajando en un barco camaronero que zarpaba desde Guaymas hacia las costas de Huatabampo. Nuestro objetivo era recolectar camarón en altamar, noche tras noche, hasta completar las 4 toneladas necesarias para regresar al puerto de Guaymas y entregar nuestra carga a la cooperativa.
Aquellos días de juventud y mar quedaron grabados en mi memoria, pero hay una noche en particular que nunca olvidaré, llena de misterio y de lo inexplicable. Era medianoche, y el barco se balanceaba suavemente sobre las olas oscuras del Pacífico. Me encontraba limpiando la cubierta, un ritual necesario después de cada jornada de pesca. La brisa marina era fresca y la luna se reflejaba en el agua, creando un paisaje de calma y serenidad.
Fue entonces cuando algo extraño sucedió. De repente, un brillo inusual emergió del mar. Al principio pensé que podría ser una boya o algún reflejo del equipo de pesca, pero pronto me di cuenta de que no era así. Lo que vi era como un anillo o una corona, de un tamaño descomunal, balanceándose bajo las olas. Su luz era hipnotizante, un resplandor que cortaba la oscuridad del océano y me dejó petrificado.
Corrí rápidamente hacia la cocina del barco donde mis compañeros estaban tomando café, tratando de sacudirse el frío de la noche. Entre jadeos, les conté lo que había visto. Al principio, se mostraron escépticos, pensando que era una broma o una alucinación por el cansancio. Pero la curiosidad los llevó a salir a la cubierta conmigo.
Todos juntos observamos cómo aquella figura luminosa se sumergía lentamente en las profundidades del océano, desapareciendo de nuestra vista pero no de nuestra memoria. Aquel anillo de luz parecía moverse con un propósito, como si estuviera siendo controlado por una inteligencia que no podíamos comprender Esa noche, el ambiente en el barco cambió muchísimo. Generalmente había ruido de risas y conversaciones que fueron reemplazadas por un silencio inquietante.
Cada uno de nosotros se preguntaba qué podría haber sido aquello. ¿Un OVNI? ¿Algún tipo de fenómeno natural desconocido? Las teorías eran muchas, pero ninguna lograba satisfacer nuestra necesidad de respuestas. A la mañana siguiente, ya de regreso en Guaymas, la historia del anillo luminoso se esparció por el puerto. Los viejos marineros, con años de experiencia en altamar, contaban historias similares de luces y objetos extraños vistos durante sus travesías. Sin embargo, nadie tenía una explicación concreta.
Con el paso del tiempo, la imagen de aquella corona luminosa se convirtió en una especie de leyenda entre los pescadores de la región. Algunos afirmaban haber visto luces similares en otras ocasiones, pero siempre eran encuentros fugaces, envueltos en el manto del misterio. Desde entonces, cada vez que volvíamos a altamar, no podía evitar mirar al horizonte, esperando tal vez una nueva aparición. La pesca continuaba, pero el mar ya no era el mismo para mí.
Había visto algo que desafiaba la lógica y la razón, y eso me había cambiado para siempre. Aquellos momentos de incertidumbre y misterio se quedaron grabados en mi memoria. La vida en el mar es dura, pero también es un lugar donde lo inexplicable puede suceder. Los OVNIs, esos objetos voladores no identificados, forman parte de las historias que los marineros comparten en sus largas noches de vigilia. Y aunque nunca supe exactamente qué fue lo que vi esa noche, sé que fue algo extraordinario, algo que jamás olvidaré.
Hoy, cada vez que cuento esta historia, veo la misma fascinación y duda en los rostros de quienes me escuchan. La pregunta siempre queda en el aire: ¿Qué fue aquello que vimos en el mar aquella noche? Quizás nunca lo sabremos, pero la emoción del misterio y la posibilidad de lo desconocido es lo que hace que la vida en el mar sea tan emocionante y llena de aventuras.
Recuerda mantener los ojos abiertos y los oídos atentos, porque nunca sabes qué secretos podrías descubrir en la oscuridad. Te gustó esta historia? No olvides darle like, coméntanos tus experiencias y comparte nuestras historias!