Mi abuela, en paz descanse, tenía una tía que era dueña de un hotel en lo que solía ser la antigua central de ferrocarril en Zinapécuaro, Michoacán, la estación de Huingo. Ella vivió en ese hotel cuando era niña, y nos contaba historias asombrosas. Entre sus relatos, mencionaba a personas adineradas que visitaban a su tía, buscando favores especiales. Según mi abuela, su tía practicaba el ocultismo y era muy conocida entre la alta sociedad.
Una noche, mi abuela decidió espiar. Era alrededor de las 9 de la noche cuando dos hombres entraron en la habitación de su tía. Uno vestía muy fino y el otro parecía un revolucionario, ambos llevaban rifles. Mi abuela, asustada, se escondió y esperó a que salieran para asegurarse de que su tía estaba bien. Pasaron horas y, hacia las 3 de la mañana, el hombre vestido elegantemente salió con un perro grande y negro sin cadena. Mi abuela esperó, pero el revolucionario nunca salió.
Intrigada, mi abuela preguntó a su madre sobre el suceso. Su bisabuela le reveló un secreto inquietante: algunas personas pagaban a brujas para transformar a otros en animales, esto les permitía usarlos para espiar a los soldados y al ejército sin ser descubiertos. La idea de hombres transformados en animales para vigilar a soldados resonaba en su mente.
Con el tiempo, mi abuela se mudó a Jalisco, pero nunca olvidó el hotel y los misterios que lo rodeaban. En sus visitas a Zinapécuaro, las ruinas del hotel siempre la atraían. A la medianoche, las sombras cruzaban las antiguas vías y los gritos resonaban en la oscuridad. Los lugareños se habían acostumbrado a esos fenómenos inexplicables, pero mi abuela nunca se libró de la sensación de que algo más acechaba en esos restos.
Una noche, decidí investigar por mi cuenta. Acompañado de un par de amigos, nos dirigimos a las ruinas a las 2 de la mañana. Las historias de mi abuela habían despertado nuestra curiosidad. Equipados con linternas y cámaras, nos adentramos en los escombros. A medida que explorábamos, la atmósfera se volvía cada vez más opresiva. De repente, vimos una sombra cruzar las vías. Al enfocarla con la linterna, desapareció instantáneamente, dejando solo un eco de susurros en el aire.
El miedo comenzó a invadirnos, pero seguimos adelante. Nos dirigimos a lo que solía ser el cuarto de la tía de mi abuela. Al entrar, el aire se volvió gélido y un murmullo indescifrable llenó la habitación. Sentimos una presencia, algo que nos observaba desde las sombras. De pronto, uno de mis amigos gritó, señalando hacia un rincón oscuro donde se podían ver unos ojos brillantes y siniestros.
Corremos sin mirar atrás, sintiendo que algo nos perseguía. Salimos del hotel, y al girar la cabeza, vi una figura oscura y amorfa en la puerta, observándonos. Esa noche, entendimos que las historias de mi abuela no eran solo cuentos para asustar a los niños. Había algo real, algo oscuro y antiguo en esas ruinas.
Desde entonces, las ruinas del hotel en Zinapécuaro han sido evitadas por nosotros y por cualquiera que escuche nuestras historias. Aunque algunos valientes todavía se atreven a explorar, la mayoría prefieren mantener la distancia, dejando que las sombras y los susurros permanezcan en paz, o al menos, tan en paz como lo permite el misterio que rodea ese lugar.
Recuerda mantener los ojos abiertos y los oídos atentos, porque nunca sabes qué secretos podrías descubrir en la oscuridad.
Te gustó esta historia? No olvides darle like, coméntanos tus experiencias y comparte nuestras historias!