Cuando mis abuelos estaban recién casados eran maestros en Mier y Noriega y daban clases en diferentes rancherías a lo largo de la semana, por la tarde – noche mi abuelo regresaba a caballo, (Estamos hablando de mediado del siglo pasado, entre los años de 1940 – 45), aún no tenían coches y era común andar a caballo.
Una de esas tardes cuando regresaba, en el camino le apareció una cabra blanca, la cabra caminó delante de él un tramo, hasta que llegaron a un punto dónde había unos árboles como en círculo, al llegar ahí la cabrita en uno de los árboles dió un tope y desapareció, mi abuelo se sorprendió pero siguió su camino porque sintió que no era algo bueno lo que estaba sucediendo, al llegar con mi abuelita le contó pero ella le dijo que no debía detenerse. Esto le sucedió por 3 días seguidos, la cabra aparecía en el mismo punto pero él la ignoraba y desaparecía en el árbol.
Mi abuelo contó a sus conocidos lo que le había pasado y al poco tiempo en el pueblo una familia amiga de mis abuelos cavaron en ese árbol y sacaron un jarro con monedas de oro; esta misma familia había encontrado antes jarros enterrados con monedas en la casa donde vivían y suponemos que también “algo” parecido a la cabra les avisaba porque ellos dedujeron al escuchar la historia que ahí había enterrado dinero y por eso buscaron en el árbol.
Mi abuelo le decía a mi abuelita que ese jarrón era para él, por eso la cabrita le mostraba el camino, pero mi abuelita le decía que no, que cuando algo es para tí llega sin que tengas que buscarlo y que, no siempre, el dinero significaba felicidad.
Mi mamá cuenta que la abuelita de esa familia perdió la razón y se pasaba los días contando las monedas que tenía, al terminar de contarlas volvía a empezar, vivía obsesionada con sus monedas. Yo, igual que mi abuelita, creo que si algo va a llegar a tí, debes pedir que sea algo bueno para toda la familia. No me gustaría pasarme la vida contando monedas.
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